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Vivimos hiperconectados. Nuestros hijos también. YouTube, Instagram, TikTok, videojuegos en línea: todo parece inofensivo, incluso educativo. Pero el peligro, como tantas veces, no se presenta con cara de monstruo. Se camufla. Usa fotos falsas, nombres atractivos y se disfraza de amigo o “influencer”. Así se infiltran los depredadores sexuales en la vida digital de los chicos y, no hay firewall que los detenga si no hay adultos atentos.

Por Aryhatne Bahr

Jay Houston, director de Capacitación en Child Rescue Coalition, la coalición que inició en EEUU el caso Kiczka, aún antes de conocer los nombres de los involucrados, lo deja claro: “Los depredadores son expertos en el engaño. Saben manipular. Por eso es crucial que los padres hablen con sus hijos. Cuanto más informados estén, menos vulnerables serán”. Es simple: el silencio es el aliado del abusador. La charla abierta, sin prejuicios ni sermones, es nuestra mejor arma.

 -Las máscaras que usan los depredadores digitales

Perfiles falsos: se hacen pasar por pares, ídolos juveniles o incluso mentores. Roban fotos de otras cuentas, ajustan edades y tejen relatos creíbles. El objetivo: generar confianza.

Construcción del vínculo: los colman de elogios, atención y mensajes constantes. Los hacen sentir especiales. En ese marco emocional, introducen pedidos que van subiendo de tono. Usan la urgencia como táctica: “mandame ya”, “borrá después”, “no se lo digas a nadie”.

Recolectar información personal: con preguntas inocentes como “¿A qué escuela vas?”, “¿Tenés hermanos?”, “¿Jugás al fútbol?”, “Qué hacen tus viejos?”, construyen un mapa de la vida del menor.

Solicitudes de contenido explícito: el objetivo final muchas veces es obtener fotos o videos íntimos. Y cuando los consiguen, empieza el chantaje o el silencio forzado.

-Lo que podemos (y debemos) hacer

Acá no hay fórmulas mágicas ni apps salvadoras. Pero sí herramientas.

Privacidad ante todo: los perfiles de redes y videojuegos deben estar configurados como privados. Los extraños no tienen por qué ver ni comentar.

Pausa antes de publicar: enseñar a pensar antes de compartir. Nada de nombres completos, datos escolares, direcciones o ubicaciones. Ojo con las fotos donde se ve el barrio, la casa, alguna patente del auto o moto.

Regla de oro: jamás mandar desnudos. Ni por juego, ni por presión, ni por confianza. Si alguien lo pide, hay que avisar a un adulto de inmediato. Y esto es clave: los chicos tienen que saber que no van a ser castigados por contar lo que pasa.

 

-La confianza no se delega en un algoritmo

Los chicos necesitan saber que cuentan con nosotros. Que no están solos. Que su seguridad está primero. No es sólo “hablar del tema”, es abrir una línea directa de confianza real. Porque el peligro se esconde donde menos lo esperamos: en una pantalla, en un juego, en un mensaje privado.

Y no alcanza con asustar. Hay que educar. Sin exagerar, sin minimizar. Con información clara, reglas firmes y mucho diálogo. Si no lo hacemos nosotros, alguien más lo va a hacer. Y ese alguien, muchas veces, no tiene buenas intenciones.

RMM

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